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Si Borges hubiera escrito novelas juveniles éstas
quizás formarían una colección o una saga aglutinada bajo el nombre de
“Aventuras en la biblioteca”. El contrafáctico anterior es claramente un
desatino, Borges odiaba el género como se sabe, pero sí es cierto que
para Borges la aventura podía no tener nada que ver con los caminos y el
viaje, que no sólo el universo podía existir “bajo la especie de una
biblioteca”, que también un libro en un estante, o incluso un volumen
comprado a un vendedor puerta a puerta de biblias, podían ser ocasión de
la aventura y motivar el horror o asolar este mundo. La premura por
leer un libro podía en su literatura dejar a un hombre al borde de la
muerte y así también un hombre que lee solo podía ser percibido por
otros como un desafío. Todo esto que digo no tiene más sentido que
prologar una anécdota sobre un libro en un estante de biblioteca y las
consecuencias que se derivan de algunas marcas en él.
2
Hace
un par de años, mirando un estante de la biblioteca de casa, se me dio
por sacar dos libros para verlos. Uno era de Berceo, el otro de
Garcilaso. Ambos fueron comprados usados por unos pocos pesos; uno por
Yanel, el otro por mí. Pero, más allá de las semejanzas, una diferencia
se hacía notar. Una línea negra, de unos seis milímetros de grosor por
seis centímetros de largo, cruzaba horizontalmente la cubierta del libro
de Garcilaso justo debajo de las palabras
EDICIÓN Y NOTAS DE.
Tuve un presentimiento, quizás guiado por la regularidad de la línea, y abrí el libro. En la portada, sobre las palabras
ESPASA-CALPE,S. A.
MADRID
1935,
una
línea similar a la otra surcaba la página. Avancé hasta el final de la
“Introducción”. Una tercera línea, semejante en grosor aunque un poco
más corta, ocupaba el lugar en el que debería haberse podido leer una
firma.
3
Le mostré el libro a Yanel. Compartimos la
intriga. Decidimos googlear la edición. Encontramos un ejemplar, creo
que en MercadoLibre. En la imagen de muestra se podía ver la cubierta
con lo que en nuestro ejemplar estaba tachado. La edición, las notas y
la introducción eran de Tomás Navarro Tomás. Googleamos a su vez este
nombre. Entonces supimos que fue un intelectual republicano (filólogo,
bibliotecario y lingüista), que tuvo que exiliarse tras la Guerra Civil
Española, y que su nombre fue tachado por el franquismo de los libros en
los que aparecía.
4
Hasta
acá la anécdota. No sé las peripecias que el ejemplar atravesó desde la
época de la II República hasta nuestros días. Es evidente que los
turbulentos vaivenes de la historia dejaron en el volumen su modesta
marca. Por un lado, el libro es parte de un proyecto en el cual al menos
un intelectual partidario de la II República se involucró activamente.
Por otro lado, el libro sobrevive, como seguro emblema de algo que el
franquismo quiso conservar, si bien no escapó de la mutilación que
registro en este texto. Pero el libro también viaja y llega a nuestro
país, y un día lo encuentro en un puesto de libros usados y lo compro,
sin sospechar lo que encontraría después.
5
Hay
algo más. La imagen en internet era la de un ejemplar sin tachaduras.
Algo que ignoramos dictó diferentes suertes para cada ejemplar. Internet
magnifica este dato. Si nos remontamos a la fecha en que la tinta
ocultó el nombre de Tomás Navarro Tomás, quizás la escena se parezca a
aquella en la que perseguí las tachaduras pero con una diferencia clave:
el sentido de las mismas debía resultar transparente por las
circunstancias históricas. Pero hay también una diferencia a nuestro
favor. Lo que para los contemporáneos a la tachadura era una sinécdoque
del franquismo y el borramiento de un nombre republicano no hubiese sido
para mí más que un dato momentáneamente irrecuperable y quizás una
indagación abortada si la internet no me asistía. Semejante a los raros
héroes que nombrábamos al principio, para los que la aventura y la
biblioteca no se oponen, me fue concedido desentrañar las modestas
huellas que dejó la Historia en las páginas de un libro sin salir de
casa.