viernes, 23 de marzo de 2012

CHAT


No sé si nombrar la última porción de las horas muertas de la tarde, o esa escena de los dos bajo los escritorios que imaginaba y nunca sucederá, o el cielo aborrascado en la ventana. Mi estado del Skype decía “La revolución quedó en venir, pero con la hora que es y lo feo que está el tiempo…” y se lo hice notar. Creo que fue entonces que ella me preguntó qué día de la semana era para mí el mejor para la revolución. Yo le dije que el viernes. No sospechaba lo que me diría al rato, que la gente suele mencionar el día de la semana en que nació como el mejor para algo grande, para un evento importante de veras, y que justamente un viernes me tocó nacer. Lo dije convencido de que el viernes tiene esa cosa de final, de límite, y es a la vez alegre. Después le señalé de dónde creía que me venía la imagen. Fue porque recordé un poema de Beckett:

imagina si esto
si un día esto
un día feliz
imagina
si un día
un día feliz esto
se acabara
imagina

Todo eso me hizo acordar, y se lo dije también, a lo que Pablo Díaz decía en una entrevista. Esa escena en la que él salía con un compañero, quizás uno de los que no tuvo como él la fortuna de sobrevivir a la Noche de los lápices, de la villa de emergencia en la que daban clases de apoyo. Esa escena en la que el otro se volvía hacia él y le decía llorando “cuándo, cuándo vamos a poder cambiar todo esto”. Yo le hablaba a ella de esa anécdota, de ese sentimiento de que la responsabilidad por lo que al otro le pasa se había perdido. Ella me detuvo con mis palabras. “¿Te parece hablar de estas cosas con la hora que es y lo feo que está el tiempo?”

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