jueves, 19 de abril de 2012

DEMONIOS Y CEREMONIOS

Hay, a grandes rasgos, dos tipos de personas: demonios y ceremonios. No se trata aquí de posiciones existenciales ni de la propiedad de los medios de producción, es algo más sencillo. A modo de definición podríamos decir que, mientras que el ceremonio tipo, para ir de A a D, necesita atravesar primero B y C, el demonio tipo va a los saltos. Dos músicos tienen que reunirse en el estudio de grabación para grabar juntos. El primero llega un par de horas antes, estudia lo que va a ser objeto de grabación, se concentra en el trabajo. El otro llega un poco tarde, con alguna copa de más, listo para grabar. Son dos ejemplos claros de ceremonio y demonio, respectivamente. Claro que la riqueza de la posibilidad humana es vasta e irreductible a fórmulas binarias y la realidad ofrece matices, grados intermedios. Hay demonios con algo de ceremonio y ceremonios con algo de demonio, hay ceremonios que se quieren demonios y demonios que se quieren ceremonios, hay demonios y ceremonios que no responden adecuadamente a su naturaleza y un largo etcétera. Eso y que ninguna conclusión o aplicación significativa se pueda derivar todavía no deben disuadirnos, sin embargo, de preservar la distinción.

miércoles, 18 de abril de 2012

DOS ESCENAS

Una es una escena de una telenovela brasilera. Dos sicarios deben terminar con el líder del Movimiento Sin Tierra. Llegado el momento le dan alcance, el hombre no tiene escapatoria, ellos van a caballo y él a pie. En una de las calles internas de una plantación, o quizás un surco o una zanja, el hombre cae al suelo. Los asesinos lo observan desde arriba de los caballos. El hombre, a su vez, los mira desolado, sus ojos claros abiertos a lo irremediable. Nada se interpone entre el hombre indefenso y los disparos. Los jinetes obtienen la sangre y la muerte que han ido a buscar.
La otra escena es de una película estadounidense. Dos hombres violan a una mujer y le advierten que van a matarla si los denuncia con la policía. Ella no se deja amedrentar y hace la denuncia. Ellos se enteran, van a buscarla y la asesinan. Aquí el paisaje es suburbano y no rural, nadie anda a caballo, no hay una mirada desgarradora que se grabe en la memoria. Y sin embargo, frente a dos extremos posibles (la súbita bala que atraviesa absurdamente una cabeza en el nihilismo de la impunidad o la urgencia de la pura acción; la muerte digna del que aunque siente la vida yéndosele del cuerpo sabe cumplida su tarea y se enorgullece del sacrificio realizado), las dos escenas plantean la misma inquietud, que no es absurdo ni heroísmo trágico: la brutalidad incómoda del crimen sin escollos, la trayectoria recta de lo excecrable.

viernes, 13 de abril de 2012

GRISES


El momento en que el arte olvida sus orígenes artesanos para investirse de cierto prejuicio aristocrático. El albatros de Baudelaire en medio de ese olvido, con toda la señoría de saberse majestuoso en el aire y torpe sobre la cubierta del barco, porque esa torpeza del abajo no hace sino confirmar y mantener la pureza majestuosa del arriba. Ese momento, decía, ese olvido, ese albatros, y preguntarme si la necesidad de lo que los libros llaman “experiencia estética” golpea la puerta de todos, o si hay por el contrario un nuevo olvido, menos severo que el otro, o quizá más, y que genera grises.