lunes, 21 de marzo de 2011

DIANA ME ESCRIBE

Diana me escribe que no va a llover. Así que (lo sé) me ve mañana tal cual, sin paraguas al salir de casa hacia el punto convenido. La confianza es una de las formas de nuestra relación. Ningún detalle se le escapa.
            En su último mail me lo escribe, junto con otras cosas. Cosas que no serían algo sólo de los dos si nos manejáramos de otra forma, si no las salváramos del fluir de los días iguales, porque su substancia no es la del secreto. Con lo que, quizás, hacemos también habitual lo desacostumbrado.
            Pero Diana, no obstante los cuatro mails de esta semana, murió hace nueve días. Un auto la atropelló en plena avenida y no llegó al hospital. Yo volví de mi viaje al día siguiente. Pero la vuelta no podía ser una vuelta sin ella, sin siquiera su voz al teléfono con el audio de una telenovela de fondo.
            Su familia nunca me aceptó. No tenía sentido que intentara hablarles, no hubiera resultado. Ni tampoco quise ir al cementerio, a confirmar lo definitivo de su ausencia. Dejé que mis ocupaciones me encerraran. Descubrí mil formas de no pensar. Así terminé revisando mails.
            Ahí estaba. Aunque el mundo se hubiese terminado hacía días y todos, como cualquier engañado de telenovela, no estuviésemos donde correspondía, ahí estaba, brillando en la pantalla, un mail de Diana. Y si en un primer momento al ver la fecha alejé mi silla y maldije a quien pudiera jugar de ese modo con la muerte, hackeando su mail y escribiéndome, después supe la verdad.
            Porque nadie más que ella podría haberlo escrito. Su voz era la que estaba ahí, con ella, como si nada hubiese pasado. Estaba como en todos los mails anteriores y en los que siguieron, hasta este que releo ahora, donde vuelve a hablar de nuestro encuentro de mañana, en un lugar que ella promete a resguardo de todo y de todos. Entonces yo escribo confirmando la cita, yo deslizo a mi vez en la confirmación otras cosas, de esas que con ella compartimos, en las que estamos nosotros y lo que nos une, como una clave que lo renueva todo y un vínculo indestructible, y un lugar al que vuelvo cada vez que Diana me escribe.

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