lunes, 21 de marzo de 2011

MARCOS 16, 5

Entré corriendo. El agente Saint-Thomas, exhausto en un rincón, guardaba la pistola y se acomodaba el traje. Yo me asomé a la ventana con el arma en la mano. El sospechoso había dejado su sobretodo en la habitación.
—¿Cómo? —le pregunté a Saint-Thomas, que me miraba perplejo. —¿No es éste el quinto piso? No podíamos perderlo.
—Nos equivocamos —me dijo.
Lo miré extrañado. Él había seguido conmigo la investigación. El sospechoso, misteriosamente, huía siempre de la escena del crimen.
—Nos equivocamos —repitió Saint-Thomas, antes de murmurar un nombre bíblico. Luego, atónito, lo vi ofreciéndome con la mano tres plumas enormes, como de unas alas de por lo menos dos metros de largo.

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