sábado, 7 de mayo de 2011

EL CIEMPIÉS INMÓVIL

Inmóviles paquetes de fideos a la izquierda, en la góndola. A la derecha las cajitas de puré de tomate. Atrás, quién sabe, las legumbres tal vez, las harinas, los arroces, o acaso algún otro comestible. Adelante, como detenida en el tiempo, como congelada por la criminal acción del Capitán Frío, la cola que, según creemos, nos llevará hasta la caja, hasta la prolija caja donde embolsarán nuestras mercaderías, esas que conseguimos cargar en el canasto, y desenfundaremos los billetes luego de oír la cifra total de nuestra compra.
       Pero ese momento feliz no llega todavía; paralizada en su burocrática impotencia la cola nos hace dudar. Por experiencia sabemos que allá adelante nos espera la mecánica cajera para concluir con nuestra operación, pero ¿y si esta vez es diferente? ¿Y si nos quedamos trabados en esta fila creciente, encerrados indefinidamente por las góndolas y las personas que nos rodean? ¿Acaso los embotellamientos sólo ocurren en las autopistas? Quién sabe. Por lo pronto contamos con la providencial costumbre para subsistir al pánico, por ahora la resignación nos refrena, y así la desesperación todavía no nos pudo. Y miramos la nuca inmóvil del que está adelante, la playera que encadenamos al bicicletero de la entrada, y el recinto donde nos retienen la bolsa de los mandados. Porque no es para tanto al fin. Si no por qué podemos empujar con el pie el canasto que el cansancio nos hizo apoyar en el piso y avanzar medio pasito, que parece poco, pero que nos tranquiliza porque entendemos que la cola, aunque lentamente, avanza. Es eso lo que nos da esperanzas y nos hace soñar con el utópico momento de vaciar nuestro canasto. Miramos así la nuca inmóvil del que está adelante, y presentimos más allá a la cajera. La presentimos, sí, pero ¿cómo? ¿Cómo una certeza? ¿Cómo una superstición? ¿Cómo?
       Quién sabe.

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