domingo, 1 de mayo de 2011

PUNTO DE ENCUENTRO

El día anterior había llorado yo, pero para nadie y por mí. Porque siempre que me acaricia una ilusión hay detrás una desilusión preparando un golpe durísimo. El día anterior yo había llorado por mi gran inutilidad, casi dos semanas y todavía ningún socio, ese laburo en apariencia tan genial claramente no era para mí, tanta plata gastada en nada. Ahora la que lloraba era Georgina, pero por otras cosas. Ella estuvo con los demás cuando dos días después saludé después de devolver la enciclopedia y pisé por última vez la editorial: su razón era muy otra y estalló cuando llegué después que ella al punto de encuentro. Ahí me dijo lo que había pasado, del descampado por el que cruzó y del pibe drogado mostrándole las balas del arma, de su resistencia a darle el bolso y el tiro que no salió, que en el bolso tenía las monedas que una mujer le había dado para viajar, todo eso flotando en su llanto y hacia mí. Y entonces yo le preguntaba cosas para hacerla volver, porque ahora estaba acá, hablando conmigo en el punto de encuentro, ya no más ahí con el miedo y la muerte. Por eso yo podía ganarle un tiempo al llanto, para que me dijera quién vivía en su casa, cómo llegaba hasta allá, lo que fuera que la tuviera tranquila y pensando en otra cosa, al menos hasta que fueron llegando los demás y yo ya no pude hacer nada con ese llanto que volvía a estallar y esa historia que no dejaba de repetirse.

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