sábado, 7 de junio de 2014

ASCENSOR

Estás ahora ahí, esperando. Te sentás y por suerte el frío de la pared del ascensor no te atraviesa la ropa. Hasta hace unos instantes el mundo era como una máquina, un engranaje movía al otro y de pronto ya no estabas en la ducha sino en tu cuarto, revisando una vez más la dirección y la hora. "Tomás", te va a decir ella cuando llame porque todavía no llegaste, "¿qué pasó esta vez?". Porque si acaso ahora el mundo todavía es una máquina, algo se desprendió y está frenando el curso normal de su funcionamiento. Estás entre dos pisos, nunca terminaste de bajar y el panorama de una espera larga te derribó contra la pared sobre la que descansa tu espalda. Te decís "no, voy a pararme un rato si no después me va a doler todo". ¿Qué hace alguien esperando solo en un ascensor parado? Probás de caminar un poco pero a los primeros pasos te encontrás con tu cara en medio de la superficie metálica. Y la verdad que como espejo deja mucho que desear. Es inevitable, sin embargo, que en esa cara puedas ver más que una cara porque lo que ves en el reflejo es el trabajo del tiempo: los dientes que perdiste o vas a perder por negligencia y detrás vos mismo sufriendo echado en la cama por miedo a las reconvenciones del dentista; la cicatriz en la ceja y la noche de la primera gran discusión con quien ya no es más tu amigo, conteniendo la sangre con un pañuelo de papel; el marco despintado de los anteojos y la tarde de lluvia en que perdiste los otros, cuando te agarró la tormenta sólo por quedarte a ver pasar a una chica que finalmente no fue nada. Entonces te das cuenta de que dos cosas animan lo que ves en el reflejo. Por un lado vos que, ya sabemos, estás encerrado en un ascensor y vas a llegar tarde. Por el otro la cobardía, que no perdona, y fue una cita sin hacer con el dentista, los golpes de un amigo del que no te defendiste, la chica a la que nunca le dijiste nada. Así que caminar dentro de un ascensor no te lleva a ningún lado, a lo sumo te permite encontrarte a vos mismo y al pasado que te atraviesa.
            Te preguntás si en una situación como esta esperar es hacer algo y sabés al instante que la pregunta pertinente es otra, que la diferencia está en que la espera sea o no voluntaria, que en un caso hay decisiones y consecuencias y en otro lo fatídico, que no es lo mismo esperar por algo que no depende de uno que postergar la ejecución de un acto cuyos resultados provendrán no menos de la acción que de su demora. Y si tu situación es la condena porque no elegiste esta espera y querrías, en cambio, estar en el colectivo, la ventana abierta y el viento fresco de la velocidad en tu cara, también es una liberación porque no sos responsable de que se haya trabado el ascensor, no fuiste vos el que atoró la máquina del mundo, tu cuerpo ya no obedece la ley de gravedad de la responsabilidad, estás flotando libre de toda obligación en el cielo de lo abstracto, porque si lo que te está pasando no te tuvo como causa, entonces nada de esto te necesita, alguien más podría ahora estar atrapado entre dos pisos en el ascensor, vos podrías no estar viviendo ahora tus circunstancias. Todo esto pensás y pensarlo te hace liviano lo pesado.

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